«A Chloe le gustaba Olivia. No os sobresaltéis. No os ruboricéis. Admitamos en la intimidad de nuestra propia sociedad que estas cosas ocurren a veces. A veces a las mujeres les gustan las mujeres. A Chloe le gustaba Olivia, leí. Y entonces me di cuenta de qué inmenso cambio representaba aquello. Era quizá la primera vez que en un libro a Chloe le gustaba Olivia.» (Virginia Woolf, Un cuarto propio). Qué gran revelación cuando la página de un libro se pule como el cristal y se convierte en espejo. Cuando en cada párrafo, en cada palabra que otra ha escrito, podemos reconocer nuestros ojos, nuestras manos, nuestro sexo.La autora escribe este libro con la esperanza de que se convierta en un catálogo de espejos, para que seamos capaces de buscarnos a nosotras mismas como otras hicieron desde el principio de la literatura. Todas tenemos derecho a encontrarnos, o por lo menos a buscarnos, y a construirnos poco a poco como individuos únicos e irrepetibles, huyendo de clichés impuestos y herméticos.A lo largo de esta obra conoceremos el rumbo que van tomando las mujeres en general, y las lesbianas en particular, durante el siglo XX en nuestro país. La literatura habla de la vida, de lo que es o de lo que queremos que sea. Los libros son un retrato y un oráculo.En esta obra se repasan todas las novelas y cuentos en los que podemos encontrar una imagen nueva, desde comienzos del siglo pasado hasta hoy mismo. La autora intenta llegar a las lectoras mediante la voz de otras que hablaron antes que ella, convirtiéndose, por lo tanto, en un mero hilo conductor entre cada historia y cada lectora potencial. Es un libro sencillo y directo.Todo ser humano necesita un reflejo, igual que una sombra, para comprobar que está vivo. Sumerjámonos en nuestra literatura para que después, una vez que salgamos de ella, seamos capaces de clarificar la imagen que dejemos impresa en el agua.