En Últimos días de un país el verso desmenuza un tiempo rescatado del recuerdo; una memoria como espejo roto, cuyos fragmentos revelan pedazos de isla, una familia, la silueta borrosa de una niña, el perfecto doblez de una garza de origami, el olor del mar. El poemario, que se niega a ser melancólico, deja a la vista los colores y remembranzas de un tópico a la vez tierno y enfurecido, de un país en equilibrio entre el dolor y la nostalgia.