Final y felizmente se rasgan los velos sobre este legendario grupo de nombre tan surrealista y al mismo tiempo imposible de olvidar, Los peinados Yoli.
Con el mismo swing, la osadía y el desparpajo que caracterizaba al tándem, del que también fuera su incuestionable Alma Mater, la autora vuelve a reconstruirlo autoplagiándose, es decir, rememorando, en esos tiempos en que la palabra Underground definía casi obviamente el renacimiento de una incomparable libertad creativa, junto con la democracia recién retornada.
Con sangre de osada purpurina y con infinitos recursos insólitos siempre imprevisibles Los peinados de Yoli fascinaban cual potentes duendes erótico-lúdicos, desde la inauguración de Cemento hasta innumerables espacios no convencionales, donde podíamos compartir sus poéticas peripecias para (como en esa época tan añorada, el público no era tal, sino acólitos o seguidores) sentirnos parte del juego, más allá del mero aplauso.
Sumergirse en cada página y sin miedo al naufragio en La última Yoli, nos recupera ese indudable placer vertiginoso que Patricia, devenida Doris, o viceversa, finalmente revela sin pelos en la lengua, con su prosa hechizada, potente, como un caleidoscopio restaurado de las noches que surgen, junto con la proliferación de poderosos artistas inclasificables y capaces de hacernos gozar el vértigo fabuloso deo "No show", premisa esencial de Los peinados de Yoli; irrepetibles, maravillosos y, desde ahora, por siempre inolvidables.
Mediante textos intensos, mordaces, alucinantes, expresados no solo con mero brillo verbal; también surge otra certeza: esta Última Yoli vuelve a ser la primera al lograr contárnoslo, sin punto ni puto final, a partir del momento en que se abren los portones, digo, telones, de sus aqui insoslayables e hipnotizadoreas páginas.