Siddhartha, joven hijo de un brahmán, mimado por el azar del nacimiento, siente a pesar de ello que su existencia tiene un sentido que excede cuanto le ofrece su existencia mundana. Su propio nombre, compartido con el de Gautama, el histórico fundador del budismo, significa en sánscrito «deseo satisfecho», y parece prefigurar el final feliz de un largo proceso para satisfacer un anhelo, que en su caso no será otro que la búsqueda de la verdad y la comprensión de la unidad que subyace en todo lo existente. Para lograrlo emprenderá el más osado de los viajes: el que conduce hacia el descubrimiento de uno mismo. En su senda iniciática, Siddhartha se mostrará abierto a toda experiencia, tanto de mundanidad como de santidad, guiado solo por la luz del Atmán interior, sin sujetarse a ningún ritual o regla y sin seguir las doctrinas de ninguna secta. Vivirá entre los ascetas, samanas, pasará de ser ermitaño a rico comerciante, gozará de los placeres de la carne y de las pasiones de los hombres-niños y el juego hasta colmar Samsara, para regresar a la soledad del río y oír con clara audiencia su mensaje de que «Todo fluye y regresa».
Así, y desde la mirada admirada y comprensiva de su amigo Govinda, iremos asistiendo a la conversión de Siddharta en el Buda, el iniciado, y su consecución del nirvana.