Esta obra es un ensayo en forma de diálogo, donde el autor procura demostrarle a su interlocutor que las creencias de su tiempo sobre la actividad actoral eran falsas. Así, mediante estos dos personajes, hace reflexiones sobre el actor y el arte de la interpretación. Es una especie de teoría sobre las cualidades auténticas del actor. Contiene aguadas reflexiones, redactadas con un brío verdaderamente prodigioso, centradas en definiciones, recuerdos de distintos intérpretes, la crítica de sus estilos, de la fatuidad, el engolamiento o los excesos sentimentales sobre el escenario, así como en la necesidad de un distanciamiento del texto para poder brindarlo sin fisuras.
La opinión de Diderot es que el actor debe suprimir el elemento emocional, atenerse en todo al guión y no improvisar jamás. Es una especie de crítica a los cómicos de la comedia del arte, que trabajaban superficialmente sus textos, dándole a la improvisación una gran importancia. La paradoja consiste en oponer al acto instintivo, que se posesiona y vive a su personaje, y al acto reflexivo, estudioso consciente que controla sus gestos, actitudes e inflexiones. Para él, la naturaleza humana es la que otorga cualidades a la persona, la cual permite perfeccionar su técnica, su trabajo y su experiencia. Así, el verdadero actor no vive su papel, sino que lo representa, y la paradoja está en que el actor será más veraz, comunicativo y capaz de suscitar una emoción, cuanto más reflexivo y más frío sea en el desempeño de su tarea.