Cuando se pierde un embarazo, el vacío es tan doloroso que muchas veces se trata de olvidar u ocultar, rellenando ese hueco con actividad redoblada, nuevas relaciones sociales o más estímulos desde el afuera para acallar la voz del adentro que aún está llorando. La mujer que pone el cuerpo y se juega la vida ya no será la misma que unos meses atrás. Y además en general sin saberlo conscientemente- ¡está atravesando un puerperio!, invisible tanto para el sistema médico como para la familia; incluso para la producción del trabajo, al no poder mostrar el producto de su reproducción: sin bebé no hay puerperio, aunque en el cuerpo de la mujer esté ocurriendo lo contrario. En la sociedad de la eterna belleza y juventud, de la sonrisa obligada, del éxito y la fama, están mal vistos la tristeza, el duelo y el dolor, porque se les teme. Adriana nos pone ante un espejo y, en la éra del plástico y las pantallas, dialoga con nuestra propia vida.