Padilla observa que, en el gesto perpetuo y simbólico del varón encendiendo el cigarrillo a la mujer, late la ficción animista: con este entre los dedos, la dama o aguarda a que el mechero literalmente la encienda. Contra la evidencia científica y la satanización del pensamiento mal llamado supersticioso, la sociedad contemporánea no acaba de aceptar la extinción del alma de las cosas. De la misma manera, no puede renunciar a los mecanismos defensivos que nos ofrecen la ficción, la imaginación, la fe, la sugestión y todos aquellos juegos mágicos que, como el animismo, alguna vez mostraron su eficiencia para sobrellevar el desconcierto, la tensión, el miedo y la creciente soledad que nos provoca el universo material. Frente a la impasibilidad de las cosas, el hombre moderno acude a la ficción animista, porque la lógica sigue siendo insuficiente para desentrañar los más antiguos misterios que aquellas nos suscitan. Deslindar las raíces del cómo, el porqué y hasta el dónde de la avidez animista de la sociedad ultramoderna es lo que anima en el fondo este libro.