La teoría de la evolución de Darwin fue una de las grandes revoluciones científicas de la humanidad. En su tratado Sobre el origen de las especies (1859), Darwin demostró, con bases científicas, que las especies vivas no son esencias inmutables, sino que se originan unas de otras según la selección natural de las que mejor se adaptan al entorno. Estas ideas, y sus implicaciones acerca del origen del hombre, suscitaron la animadversión de amplios sectores de la Iglesia Anglicana, que no estaban dispuestos a cuestionar una interpretación literal de la Biblia. «La selección natural [...] es una fuerza siempre dispuesta a la acción e inconmensurablemente superior a los débiles esfuerzos del hombre.»