Hace unos 25 años, cuando daba clases en la UNAM, comencé a juntar notas referidas a diferencias entre los sexos con el fin de escribir un libro al respecto. La frase la mujer no nace, se hace era sagrada; pero un íntimo sentimiento reaccionario me decía que hombres y mujeres éramos diferentes en muchos y diversos niveles: ¿Por qué en todas las sociedades los hombres tienen la guerra a su cargo? ¿Por qué el azar de tantos sistemas sociales diversos produce resultados tan similares en sus hombres y mujeres? ¿Por qué ricos o pobres producen niños peleoneros y niñas estrictas? Publiqué algunos elementos dispersos en mis columnas, primero en unomásuno, luego en La Jornada, siempre con resultados aterradores: aludes de cartas furibundas contra el biologicismo. Eran los años dorados de las explicaciones sociales, lo mismo en Química que en Mineralogía o Astrofísica. Los físicos se sentían muy mal. Al menos en la UNAM. Pasaron los años y las diferencias cerebrales dejaron de escandalizar, luego pasaron a ser obvias. El libro seguía sin querer escribirse. Ordené las notas por edades: feto, meses, 2 años, 5 años
Y me pareció que tenía sentido así como estaban, sin desarrollar, sin ir a pie de página: un libro que no sería sino su propia bibliografía. Aquí está.