Contenido
Prefacio
Introducción
La nueva revolución sexual
De ciencia, mitos, leyendas y falacias
Inventario de falacias y realidades sobre Viagra®
Sildenafil: la mítica realidad
Organicidad y emocionalidad en la disfunción eréctil
Ciencia ética vs. producto milagro
La importancia de la firmeza emocional en hombres y mujeres
Sildenafil, terapia sexual y erotismo integral
Vislumbrando el futuro
¿Servirán medicamentos como Viagra para reforzar una sexualidad masculina frenética, egoísta, sólo interesada en la penetración y con nula expresion de la emocionalidad?
Barrios argumenta que, por fortuna, esto no es así, y que esta produciendo una interesante paradoja: además de favorecer la erección, estos fármacos propician lo que el autor llama "firmeza emocional", condición indispensable para un mejor desempeño sexual, con notable incremento de la calidad de erotismo en pareja. Resultado: lejos de empobrecer la vida erótica, esos medicamentos, informada y razonadamente usados, contribuyen a forjar mejores amantes.
Para mí, esta historia inicia a mediados de 1996, cuando un conocido directivo de una agencia de relaciones públicas me invitó a responder un cuestionario sobre un medicamento nuevo que aún no salía al mercado. Se trataba de un producto que había pasado satisfactoriamente las pruebas experimentales y clínicas habituales, pero todavía no estaba a disposición del público.
Las preguntas del cuestionario se enfocaban a conocer precisamente mis puntos de vista como líder de opinión en sexología clínica y psicoterapia sexual. Confieso que respondí con cierto escepticismo, pero animado por mi curiosidad ante ese reto intelectual. Recuerdo que, palabras más, palabras menos, la primera pregunta decía: ¿Cuál es su punto de vista sobre un fármaco oral (tomado) que diera solución a la mayoría de los casos de trastornos de la erección?. Luego de contestar con honestidad agregué un comentario sobre mi experiencia en el tratamiento de lo que por entonces los sexólogos llamábamos incompetencia o insuficiencia eréctil (según el grado de la afección), y los médicos de cualquier otra especialidad, junto con el público general, denominaban bárbaramente impotencia (en ese entonces no se utilizaba el término disfunción eréctil, a pesar de que desde hacía mucho tiempo los terapeutas sexuales llamábamos disfunciones sexuales a las alteraciones negativas de la respuesta sexual).
Aquel comentario que realicé era una reflexión, primero, en torno al considerable buen éxito que teníamos los sexólogos cuando atendíamos consultantes (pacientes) que tenían las causas psicológicas como origen predominante de su trastorno eréctil, relacionadas con la ansiedad: angustia de desempeño, temor por fracasos anteriores y auto observación (estar tan al pendiente de la respuesta eréctil que un hombre se convierte en espectador y deja de ser actor de su propio desempeño sexual, lo cual lo lleva a quedar mal cuando quiere quedar bien). En segundo término, mi apreciación se refería a las grandes limitaciones terapéuticas que reconocíamos cuando la posible causa era principalmente de origen físico, es decir, orgánico, determinado por factores de daño a la fisiología (función) o a la anatomía (estructura) del cuerpo o alguna parte de él.
En esas notas complementarias al cuestionario me permití relativizar la afirmación de la legendaria terapeuta sexual Helen S. Kaplan, cuando afirmó: la etiología (causa) de la impotencia (sic) es psicológica en 85% de los casos. Mi reserva hacia la aseveración de la gran sexóloga estadounidense se sustentaba en una simple observación clínica y en mi experiencia sexológica: ¿por qué en los pacientes con dificultad de erección sin antecedentes relevantes de enfermedad orgánica, que son presa de una gran ansiedad de desempeño, es tan exitosa la psicoterapia sexual con métodos y técnicas no medicamentosos? ¿Por qué, en cambio, en los pacientes con insuficiencia o incompetencia eréctil, ansiosos o no, con antecedentes personales de enfermedades crónicas, los beneficios de la psicoterapia sexual para los trastornos de la erección son tan limitados? La respuesta hoy sería obvia, pero en ese entonces no. Por otro lado, la sola posibilidad de la existencia de un medicamento que resolviera la mayor parte de las dificultades o imposibilidades de la erección al margen su causa representaba una vuelta de tuerca conceptual, un cambio paradigmático, para decirlo elegantemente.
Otra cosa: si todavía en la actualidad la tasa de asistencia a los servicios de salud de los pacientes con disfunción eréctil es baja (quizá inferior a 20%), a finales de la década de 1990 era, sin duda, muchísimo menor. Por tanto, estaban siendo relativamente escasos los casos psicológicos que resolvíamos entonces. No era que Kaplan necesariamente estuviese equivocada, pues en la más orgánica de las incompetencias de erección está presente un importante componente de ansiedad, sino, más bien, el cuestionamiento interesante tenía que ver con el modo de abordar esa afección de la salud sexual: si realmente el fármaco de marras devolvía las erecciones perdidas a la gran mayoría de los hombres que presentaban lo que ahora conocemos como disfunción eréctil, esa sustancia maravillosa sería la solución de todo o casi todo el problema. En otras palabras: si los sexólogos ya cosechábamos éxitos profesionales con la psicoterapia sexual en beneficio de nuestros pacientes con factores emocionales que les impedían o dificultaban la erección y ahora tendríamos un medicamento oral que nos prometía excelentes resultados también para las otras causas (más físicas que emocionales), el cuadro estaría completo.