Para elaborar los Autos Sacramentales, los dramaturgos del Siglo de Oro español tomaban ideas de la historia contemporánea, de la Sagrada Escritura, de la fábula o de la leyenda. Generalmente los personajes eran meras abstracciones: la Soberbia, la Envidia, el Amor Divino, la Muerte, la Gracia. La trama, sencilla, estaba al alcance de las muchedumbres que escuchaban atentamente los bellos diálogos escritos en versos sonoros y galanos. El espectáculo terminaba con el triunfo de la Eucaristía sobre las miserias y torpezas de la vida.
En México este tipo de representaciones se iniciaron en los albores de la colonización: era necesario cristianizara los indios· y, para ello, nada tan apropiado. Fernán González de Eslava es el autor más interesante de esos primeros tiempos del teatro religioso.
El Divino Narciso se inspira en la fábula griega que cuenta que Narciso, hijo de la ninfa Liriope y de Céfiso, río de la Fócida, despreció a la ninfa Eco, ferviente enamorada suya. Narciso, deteniéndose un día al borde de una fuente, vio su imagen retratada en la superficie y se enamoró de sí mismo. Fue tal el amor a su imagen que no pudo separarse de los bordes de la fuente. Arraigó su cuerpo en el césped y se convirtió en la flor que lleva su nombre.
En la obra que aquí presentamos la Gentilidad y la Synagoga, seguidas de lucido cortejo, representación del mundo antiguo pagano y del mundo antiguo hebreo, rinden homenaje a Cristo en la figura celestial del Narciso. La Naturaleza Humana va en pos de Cristo para alabarle. Abel, Enoch, Abraham y Moisés concurren, con sus atributos, a exaltar la grandeza de Dios. El Auto Sacramental se ha realizado. El símbolo es perfecto. En la pluma de sor Juana Inés de la Cruz la fábula antigua adquiere nueva vida, expresión y belleza inusitada.