Este libro es la rareza de un lunático, el afiebrado trance de un soñador, el penúltimo guiño de un seductor perdido. Éste no es un libro convencional de poesía. Es el diario íntimo de un prisionero de sus propias dudas y tormentos, la crónica de una guerra sibilina entre el autor y sus enemigos reales e imaginarios, el cuaderno de bitácora de un viajero perezoso, la radiografía que un hombre confundido hace de sí mismo.
Aquí no hay poesía conmueve por su impudicia y su ternura, por la curiosísima manera en que el autor desnuda sus propias miserias, por lo que se atreve a contar y lo que no puede callar y lo que no consigue perdonar. Los poemas de Jaime Bayly poseen una rara cualidad: son una solapada escaramuza del autor contra sí mismo, un ajuste de cuentas entre quien vivió y recuerda con perplejidad, una minuciosa destrucción de la memoria privada.
Con gracia y elegancia singularísimas, Bayly cuenta sus pequeñas miserias impresentables, hace escarnio de sí mismo, confiesa todos sus pecados -incluso los que no cometió pero le hubiera encantado- y derriba sin piedad lo poco que quedaba en pie de su imagen de niño terrible de las letras.
Jaime Bayly no es un poeta ni trata de serlo. No pretende mostrarse como un virtuoso o un iluminado; prescinde de las metáforas y las florituras; renuncia a la frase grandilocuente. Con un lenguaje sencillísimo, construye un universo personal tan rico como impredecible, y lo hace con palabras recogidas de sus propios escombros, de sus miedos y agonías, de sus fracasos y mentiras, de las grotescas imperfecciones que encuentra en sí mismo, en su vida atormentada.