En 1956 Jack Kerouac era un escritor poco conocido que solo había publicado una novela de estilo convencional que no había satisfecho sus ambiciones. Había enviado a varios editores otra novela, titulada En el camino, y había conseguido que se la aceptaran, aunque el editor quería purgarla para hacerla presentable para el público. En verano de 1956 solicitó un puesto de vigilante de incendios forestales en lo alto de un monte (Pico Desolación) del estado de Washington. Tenía casi dos mil metros de altitud, y Kerouac lo convirtió en una atalaya del universo. Tenía ya una concepción liberadora del mundo, que combinaba el budismo zen y un cristianismo al estilo de Kierkegaard, y había perfeccionado una teoría de la narrativa que explotaba recursos de James Joyce y el surrealismo. Su idea era describir todo lo que concebía mediante asociaciones libres que plasmaba de manera espontánea.
En lo alto de Pico Desolación habló con Dios, con el pasado, el presente y el futuro de la humanidad. Terminado el contrato, bajó a la tierra y se dedicó a ser un peregrino decepcionado que recorre el mundo como quien transita una tierra extraña.
Con idénticas dosis de energía y humanidad, Ángeles de Desolación describe esa errancia llena de borracheras y vacío, que ya se ha convertido en legendaria, por lugares como México, Nueva York, Tánger, París o Londres, en los que se va encontrando a personajes tras los que es fácil reconocer a algunos de sus compañeros de generación: Allen Ginsberg, Gregory Corso, William Burroughs o Neal Cassady.
«Si hubiera que dar el Pulitzer de Novela al libro más representativo de la vida americana, yo habría nominado Ángeles de Desolación» (Dan Wake-field, The Atlantic).
«La obra maestra perdida de Kerouac» (Ellis Amburn).
«Una de las obras más ambiciosas de Kerouac» (Matt Theado).