La alegoría más clara de Hemingway la constituye El Viejo y el Mar. En primer lugar, está la obstinación del anciano pescador contra su mala suerte: ochenta y cuatro días sin poder pescar un pez. Luego, habiendo pescado uno enorme, la lucha de ambos, frente a frente, solos y en mar adentro. Finalmente, el triunfo y el fracaso del hombre: retorna a tierra llevando al gran pez, pero en el trayecto de vuelta los tiburones han devorado al animal y el viejo pescador regresa sólo con la enorme espina descarnada. Para Hemingway, en este caso, no hay derrota ni destrucción: el viejo pescador ha luchado con valor hasta el límite de sus fuerzas y la adversidad del destino es algo que está más allá de él. Así es la vida de muchos hombres cuya consideración moral está por encima de victorias y derrotas, siempre que hayan luchado hasta el final.