Tomás moro concibió una isla donde no existían las diferencias de clase ni el dinero, donde sus ciudadanos elegían a sus representantes, la educación era un derecho laico y universal, y la religión, más que arma de los fanáticos, era plataforma de tolerancia y respeto. A esa isla ideal, el humanista inglés la llamó utopía. Esa palabra hizo fortuna y, con el tiempo, muchas lenguas la incorporaron a su léxico como un proyecto que, por su optimismo, aparece irrealizable en el momento.