Un hombre, con todas sus posibles caras, se descubre parte del mundo. Aprende a observar, a caminar, a hablar, a conversar, a callar. Aprende a descubrir la inconsistencia del tiempo, del espacio, la llamada creación, las personas. Aprende y reaprende, observa, camina, conserva instantes del viento que lo acompañan mientras afuera llueve. Y para, se detiene a contemplar las ramas de los árboles, las miradas de animales similares a él, los pormenores de la memoria, los pasos, los hábitos que nutren su cerebro, las estrellas. Se detiene para darle nombre a lo que se quiebra a diario en el susurro del mundo, aun cuando ha pasado, aun cuando se ha quebrado en trizas de viento seco.