Los oficios de los palindromistas son múltiples y poco o nada tienen que ver con la literatura: ingenieros, matemáticos, lingüistas, arquitectos, músicos, publicistas, gastrónomos, cantautores, entre otras actividades variopintas. Esto me hizo reflexionar acerca de la imposibilidad de crear palíndromos desde la torre rígida de la solemnidad o desde la atalaya plúmbea de la disquisición profunda y conceptual. Quizá en ello radique la desdichada animadversión que esgrimen algunos filósofos contra el mundo de las frases jánicas. Recuerdo que cierta vez un pensador mexicano, no sin malicia, me dijo que lo mío era talento, sin duda, pero mal invertido. Esta desconfianza procede de un prurito apriorístico: el juego verbal no se lleva bien con los entarimados ideológicos ni con los sistemas cerrados donde el concepto reina. La pirotecnia del significante irrita a los adalides del pensamiento grave. Los escritores, poetas y narradores palindromistas tienen un ánimo candoroso, una niñez perpetua: son niños de veinte, treinta, cuarenta u ochenta años: Arreola, Bonifaz Nuño, Cabrera Infante, Cortázar, Illescas, Lancini. Esta antología reúne voces de varios países alentadas por registros múltiples: palíndromos aforísticos, lúdicos, poéticos, hieráticos donde la sal del ingenio participa en textos preñados de sentido y donde la lucidez es una prenda de valiosa estirpe. Agradezco a quienes me motivaron a orquestar un libro que se lee desde la última hasta la primera página con pareja fruición: el catalán Pedro Ruiz sin cuya diligente asesoría mi mapa palindrómico peninsular hubiese naufragado. Los autores sugeridos por Aurelio Asiain comple(men)taron la visión mexicana del palíndromo. Esta antología propone, por autor, un promedio de veinte piezas susceptibles a la bilectura y ordenadas alfabéticamente. Gilberto Prado Galán El palindromista juega, y jugar es peligroso. Siempre. El palindromista descoloca, como lo hace el jugador. Profesional, improvisado, tímido; al que la vida le va en ello. Jugar es sospechoso, porque subvierte, invierte, trasciende; porque convoca a la risa más irreverente. Y porque el que juega se sabe dueño de un mundo propio, con las reglas trastocadas y un horizonte simbólico que sólo comparten los iniciados, o los convidados. O los curiosos, o los amantes de lo ajeno, de ese peculiar talento ajeno. Así me siento yo frente a los palindromistas: seducida, sorprendida, y a veces con la sospecha a flor de piel. Poco confiables, creo, deben ser esos seres que de golpe, te leen de ida y vuelta, y ya van de regreso cuando apenas comienzas a andar. Pero por eso también me fascinan: no hay mejor manera de vivir el misterio profundo de la palabra, que permitirte la inmersión, de a poco, en la articulación de esas letras en perpetuo movimiento. Entre Anita lava la tina y Efímero lloré mi fe hay, sí, un abismo de cosmovisiones e irreverencias; pero en el fondo, se trata de la misma seducción lúdica que nos recuerda que las palabras nunca son sólo lo que apuntan, y que hay unos pocos en este mundo que saben evidenciar con ellas la magia de la reversibilidad. Eso y más es esta antología palindrómica: un juego, amoroso y peligroso, del que no se escapa quien lo tienta. Sorberé cerebros, nos dice, y en ello sorberemos vida. Gabriela Warkentin