Los cuentos, urdidos a partir de la propia voz de la víctima, adquieren un rasgo de pánico indeleble que parece estar tiñendo de sangre cada palabra. Borrada la distancia entre el narrador y el héroe, por su utilización de la primera persona narrativa, toda experiencia macabra se vuelve más nítida, y los balbuceos desesperados del protagonista concitan balbuceos de pánico en el lector. En El Horror Secreto el narrador realiza una investigación frenética, en la que sus compañeros van siendo aniquilados y únicamente él sobrevive. De acuerdo con cada nueva manifestación de esa instancia macabra inexplicable, el narrador siente agigantar su pánico, las preguntas se multiplican y la tensión alcanza un punto supremo. En cada relato, los narradores de Lovecraft oscilan entre el propio pánico padecido y el sosegado desarrollo de una leyenda. Si bien, en el conjunto de su obra son más abundantes los protagonistas del frenesí y el horror, las fábulas legendarias experimentadas por otros delatan la inclinación de Lovecraft a todas las instancias de lo antiguo: las viejas maldiciones que resucitan y la pátina deliciosa de célebres personajes remotos.