Después de varios años lejos, los protagonistas de La estatua de azúcar vuelven al pueblo donde vivieron su infancia y juventud. Ellos fueron los enfants terribles de una generación. Migraron porque no estaban dispuestos a continuar con rumbo al desbarrancadero al que los estaba conduciendo su amistad con Pedro Marcial. Al volver se reencuentran con su pasado; este reencuentro llega cuando creían que ya tenían sus vidas hechas. Sin embargo, se dan cuenta de que se han construido a sí mismos negando un pasado que siempre estará presente; y que éste nada tiene de ese sabor dulzón con el que se les ha aparecido en sus recuerdos. Con el retorno a sus orígenes, vuelven a la intrepidez de su juventud, a esos años cuando estaban descubriendo sus identidades de género, a esos años cuando se prostituían para poder sobrevivir; y vuelve también la pesadilla que era el VIH/SIDA a inicios de los noventa, los peligros del narcotráfico y la corrupción. Al final de la trama, por segunda vez, se verán obligados a huir del pueblo, de Pedro Marcial y de la muerte.