"La errancia sin fin: Musil, Borges, Klossowski", galardonado con el IX Premio Anagrama de Ensayo por unanimidad, es un ensayo que acusa una sospechosa ambivalencia. Es difícil decidir si se eligen unos artistas y unas obras para buscar en ellos un determinado sentido que los abarca y unifica, o si el escritor se vale de una malicia para que esas obras y esos artistas sirvan como pretexto ilustrar ciertas preocupaciones suyas. De todos modos, es evidente que las obras se prestan a este doble juego. Musil, Borges, Klossowski son unidos no sólo para revelar significativos puntos de contacto entre sus obras que prueban la continuidad de una misma interrogación, sino también para solazarse en los problemas que esas obras ponen ante el lector y buscar una suerte de gozosa repetición de su tarea creadora desde una complicidad que tiende, más que a la distancia y la objetividad crítica, a la identificación tanto con los conflictos que se tratan como con la forma de exponerlos y resolverlos. Los mundos creados por estos tres escritores son, desde un punto de vista exterior, radicalmente diferentes y, sin embargo, hacen posible una serie de reflejos mediante el uso, quizás espurio, que hace Juan García Ponce de sus obras para mostrarlas en su relación y su separación, en su parentesco y la extrema diferencia de sus distintos sistemas narrativos. No obstante, hay un punto de unión definitivo: sus vueltas y revueltas alrededor del principio de identidad. Esta preocupación da lugar, en los tres, tanto a la especulación metafísica como al enfrentamiento del amor como vía para llegar a una determinada forma de conocimiento: por los dos caminos, el arte muestra su estrecha relación con el espacio del pensamiento.