«Dedicaron toda la noche a amarse, a sentirse y a darse placer y Soledad sintió que ese pequeño hilo que se empeñaba en unirlas se hacía de repente indestructible».
En Riotinto ya no quedan flores, solo hay miseria, carbón, café de contrabando y un trozo de pan al día. Soledad limpia, cocina y cuida a su madre; su padre, el hombre de la casa, trabaja en las minas y organiza la vida de la joven: a sus diecinueve años ya tiene edad para internarse como criada en casa de los Anderson, así lo dictamina. Pronto tendrá que casarse y quedarse en cinta, porque es lo que todos esperan de ella.
Cortos de miras, sin embargo, lo que nadie imagina es que Soledad conocerá en Bella Vista, el Barrio de los Ingleses, a la atrevida Margaret, la sobrina de los Anderson recién llegada de Londres y de mente particular, que cautivará la atención de la chica de Riotinto.